El Pastor De Hermas
El amo que me crió me vendió a
una tal Roda en Roma. Al cabo de muchos años la encontré de nuevo, y empecé a
amarla como a una hermana. Después de cieno tiempo la vi bañándose en el río
Tíber; y le di la mano, y la saqué del río. Y, al ver su hermosura, razoné en
mi corazón, diciendo: «Cuán feliz sería si tuviera una esposa así, en hermosura
y en carácter.» Y reflexioné meramente sobre esto, y nada más. Después de cieno
tiempo, cuando estaba dirigiéndome a Cumas, y glorificando las criaturas de
Dios por su grandeza y esplendor y poder, mientras andaba me quedé dormido. Y
el Espíritu cayó sobre mí y se me llevó por un terreno sin caminos, por el cual
no podía pasar nadie: porque el lugar era muy abrupto, y quebrado por hendiduras
a causa de las aguas. Así pues, cuando hube cruzado el río, llegué a un país
llano, y me arrodillé, y empecé a orar al Señor y a confesar mis pecados.
Entonces, mientras oraba, se abrió el cielo vi a la señora, a quien había
deseado, saludándome desde el cielo, diciendo: «Buenos días, Hermas»