El Evangelio Árabe de la Infancia de Jesús
Palabras pronunciadas por Jesús
en la cuna
I 1. Hemos encontrado estas
palabras en el libro de Josefo, el Gran Sacerdote que existía en tiempo del
Cristo, y que algunos han dicho que era Caifás.
2. El cual afirma que Jesús
habló, estando en la cuna, y que dijo a su madre: Yo soy el Verbo, hijo de Dios,
que tú has parido, como te lo había anunciado el ángel Gabriel, y mi Padre me
ha enviado para salvar al mundo.
Viaje de María y de José a
Bethlehem
II 1. El año 309 de Alejandro,
ordenó Augusto que cada individuo fuese empadronado en su país. Y José se
aprestó a ello, y, llevando consigo a María, su esposa, partió para Bethlehem,
su aldea natal.
2. Y, mientras caminaban, José
advirtió que el semblante de su esposa se ensombrecía por momentos, y que por
momentos se iluminaba. E, intrigado, tomó la palabra, y preguntó: ¿Qué tienes,
María? Y ella respondió: Veo, oh José, alternar dos espectáculos sorprendentes.
Veo al pueblo de Israel, que llora y se lamenta, y que, estando en la luz,
semeja a un ciego, que no percibe el sol. Y veo al pueblo de los incircuncisos,
que habitan en las tinieblas, y que una nueva claridad se levanta para ellos y
sobre ellos, y que ellos se regocijan llenos de alegría, como el ciego cuyos
ojos se abren para ver la luz.
3. Y José llegó a Bethlehem para
instalarse en su aldea natal, con toda su familia. Y, cuando llegaron a una
gruta próxima a Bethlehem, María dijo a José: He aquí que el tiempo de mi
alumbramiento ha llegado, y que me es imposible ir hasta la aldea. Entremos,
pues, en esta gruta. Y, en aquel momento, el sol se ponía. Y José partió de
allí presuroso para traer a María una mujer que la asistiese. Y halló por acaso
a una anciana de raza hebraica y originaria de Jerusalén, a quien dijo: Ven
aquí, bendita mujer, y entra en esta gruta, donde hay una joven que está a punto
de parir.
La partera de Jerusalén
III 1. Y la anciana, acompañada
de José, llegó a la caverna, cuando el sol se había puesto ya. Y penetraron en
la caverna, y vieron que todo faltaba allí, pero que el recinto estaba
alumbrado por luces más bellas que las de todos los candelabros y las de todas
las lámparas, y más intensas que la claridad del sol. Y el niño, a quien María
había envuelto en pañales, mamaba la leche de su madre. Y, cuando ésta acabó de
darle le pecho, lo depositó en el pesebre que en la caverna había.
2. Y la anciana dijo a Santa
María: ¿Eres la madre de este recién nacido? Y Santa María dijo: Sí. Y la
anciana dijo: No te pareces a (las demás) hijas de Eva. Y Santa María dijo:
Como mi hijo es incomparable entre los niños, así su madre es incomparable
entre las mujeres… Y la anciana respondió en estos términos: Oh, señora, yo
vine sin segunda intención, para obtener una recompensa. Nuestra Señora Santa
María le dijo: Pon tu mano sobre el niño. Y ella la puso, y al punto quedó
curada. Y salió diciendo: Seré la esclava y la sierva de este niño durante
todos los días de mi vida.
Adoración de los pastores
IV 1. Y, en aquel momento,
llegaron unos pastores, y encendieron una gran hoguera, y se entregaron a
ruidosas manifestaciones de alegría. Y aparecieron unas legiones angélicas, que
empezaron a alabar a Dios. Y los pastores también lo glorificaron.
2. Y, en aquel momento, la gruta
parecía un templo sublime, porque las voces celestes y terrestres a coro
celebraban y magnificaban el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Cuanto a
la anciana israelita, al ver tamaños milagros, dio gracias a Dios, diciendo: Yo
te agradezco, oh Dios de Israel, que mis ojos hayan visto el nacimiento del
Salvador del mundo.
Circuncisión
V 1. Y, cuando fueron cumplidos
los días de la circuncisión, es decir, al octavo día, la ley obligaba c
circuncidar al niño. Se lo circuncidó en la caverna, y la anciana israelita
tomó el trozo de piel (otros dicen que tomó el cordón umbilical), y lo puso en
una redomita de aceite de nardo viejo. Y tenía un hijo perfumista, a quien se
la entregó, diciéndole: Guárdate de vender esta redomita de nardo perfumado,
aunque te ofrecieran trescientos denarios por ella. Y aquella redomita fue la
que María la pecadora compró y con cuyo nardo espique ungió la cabeza de
Nuestro Señor Jesucristo y sus pies, que enjugó en seguida con los cabellos de
su propia cabeza.
2. Y, habiendo transcurrido diez
días, llevaron al niño a Jerusalén. Y, cuarenta días después de su nacimiento,
un sábado, lo condujeron al templo a presencia del Señor, y ofrecieron, para
rescatarlo, los sacrificios previstos por la ley de Moisés, a quien Dios dijo:
Todo primogénito varón me será consagrado.
Presentación de Jesús en el
templo
VI 1. Y, cuando María franqueó la
puerta del atrio del templo, el viejo Simeón vio, con ojos del Espíritu Santo,
que aquella mujer parecía una columna de luz, y que llevaba en brazos un niño
prodigioso. Y, semejantes a la guardia de honor que rodea a un rey, los ángeles
rodearon en círculo al niño, y lo glorificaron. Y Simeón se dirigió, presuroso,
hacia Santa María, y, extendiendo los brazos hacia ella, le dijo: Dame el niño.
Y tomándolo en sus brazos, exclamó: Ahora, Señor, despide a tu siervo en paz,
conforme a tu palabra. Porque mis ojos han visto la obra de tu clemencia, que
has preparado para la salvación de todas las razas, para servir de luz a todas
las naciones, y para la gloria de tu pueblo, Israel.
2. Y Ana la profetisa fue testigo
de este espectáculo, y se acercó para dar gracias a Dios, y para proclamar
bienaventurada a Santa María.
Llegada de los magos
VII 1. Y la noche misma en que el
Señor Jesús nació en Bethlehem de Judea, en la época del rey Herodes, un ángel
guardián fue enviado a Persia. Y apareció a las gentes del país bajo la forma
de una estrella muy brillante, que iluminaba toda la tierra de los persas. Y,
como el 25 dcl primer kanun (fiesta de la Natividad del Cristo) había gran
fiesta entre todos los persas, adoradores del fuego y de las estrellas, todos
los magos, en pomposo aparato, celebraban magníficamente su solemnidad, cuando
de súbito una luz vivísima brilló sobre sus cabezas. Y, dejando sus reyes, sus
festines, todas sus diversiones y abandonando sus moradas, salieron a gozar del
espectáculo insólito. Y vieron que una estrella ardiente se había levantado
sobre Persia, y que, por su claridad, se parecía a un gran sol. Y los reyes
dijeron a los sacerdotes en su lengua: ¿Qué es este signo que observamos? Y,
como por adivinación, contestaron, sin quererlo: Ha nacido el rey de los reyes,
el dios de los dioses, la luz emanada de la luz. Y he aquí que uno de los
dioses ha venido a anunciarnos su nacimiento, para que vayamos a ofrecerle
presentes, y a adorarlo. Ante cuya revelación, todos, jefes, magistrados,
capitanes, se levantaron, y preguntaron a sus sacerdotes: ¿Qué presentes
conviene que le llevemos? Y los sacerdotes contestaron: Oro, incienso y mirra.
Entonces tres reyes, hijos de los reyes de Persia, tomaron, como por una
disposición misteriosa, uno tres libras de oro, otro tres libras de incienso y
el tercero tres libras de mirra. Y se revistieron de sus ornamentos preciosos,
poniéndose la tiara en la cabeza, y portando su tesoro en las manos. Y, al
primer canto del gallo, abandonaron su país, con nueve hombres que los
acompañaban, y se pusieron en marcha, guiados por la estrella que les había
aparecido. Y el ángel que había arrebatado de Jerusalén al profeta Habacuc, y
que había suministrado alimento a Daniel, recluido en la cueva de los leones,
en Babilonia, aquel mismo ángel, por la virtud del Espíritu Santo, condujo a
los reyes de Persia a Jerusalén, según que Zoroastro lo había predicho.
Partidos de Persia al primer canto del gallo, llegaron a Jerusalén al rayar el
día, e interrogaron a las gentes de la ciudad, diciendo: ¿Dónde ha nacido el
rey que venimos a visitar? Y, a esta pregunta, los habitantes de Jerusalén se
agitaron, temerosos, y respondieron que el rey de Judea era Herodes.
2. Sabedor del caso, Herodes
mandé a buscar a los reyes de Persia, y, habiéndolos hecho comparecer ante él,
les preguntó: ¿Quiénes sois? ¿De dónde venís? ¿Qué buscáis? Y ellos
respondieron: Somos hijos de los reyes de Persia, venimos de nuestra nación, y
buscamos al rey que ha nacido en Judea, en el país de Jerusalén. Uno de los
dioses nos ha informado del nacimiento de ese rey, para que acudiésemos a
presentarle nuestras ofrendas y nuestra adoración. Y se apoderó el miedo de
Herodes y de su corte, al ver a aquellos hijos de los reyes de Persia, con la
tiara en la cabeza y con su tesoro en las manos, en busca del rey nacido en
Judea. Muy particularmente se alarmó Herodes, porque los persas no reconocían
su autoridad. Y se dijo: El que, al nacer, ha sometido a los persas a la ley
del tributo, con mayor razón nos someterá a nosotros. Y, dirigiéndose a los reyes,
expuso: Grande es, sin duda, el poder del rey que os ha obligado a llegar hasta
aquí a rendirle homenaje. En verdad, es un rey, el rey de los reyes. Id,
enteraos de dónde se halla, y, cuando lo hayáis encontrado, venid a hacérmelo
saber, para que yo también vaya a adorarlo. Pero Herodes, habiendo formado en
su corazón el perverso designio de matar al niño, todavía de poca edad, y a los
reyes con él, se dijo: Después de eso, me quedará sometida toda la creación.
3. Y los magos abandonaron la
audiencia de Herodes, y vieron la estrella, que iba delante de ellos, y que se
detuvo por encima de la caverna en que naciera el niño Jesús. En seguida
cambiando de forma, la estrella se torné semejante a una columna de fuego y de
luz, que iba de la tierra al cielo. Y penetraron en la caverna, donde
encontraron a María, a José y al niño envuelto en pañales y recostado en el
pesebre. Y, ofreciéndole sus presentes, lo adoraron. Luego saludaron a sus
padres, los cuales estaban estupefactos, contemplando a aquellos tres hijos de
reyes, con la tiara en la cabeza y arrodillados en adoración ante el recién
nacido, sin plantear ninguna cuestión a su respecto. Y María y José les
preguntaron: ¿De dónde sois? Y ellos les contestaron: Somos de Persia. Y María
y José insistieron: ¿Cuándo habéis salido de allí? Y ellos dijeron:
Ayer tarde había fiesta en
nuestra nación. Y, después del festín, uno de nuestros dioses nos advirtió:
Levantaos, e id a presentar vuestras ofrendas al rey que ha nacido en Judea. Y,
partidos de Persia al primer canto del gallo, hemos llegado hoy a vosotros, a
la hora tercera del día.
4. Y María, agarrando uno de los
pañales de Jesús, se lo dio a manera de eulogio. Y ellos lo recibieron de sus
manos de muy buen grado, aceptándolo, con fe, como un presente valiosísimo. Y,
cuando llegó la noche del quinto día de la semana posterior a la natividad, el
ángel que les había servido antes de guía, se les presenté de nuevo bajo forma
de estrella. Y lo siguieron, conducidos por su luz, hasta su llegada a su país.
Vuelta de los magos a su tierra
VIII 1. Los magos llegaron a su
país a la hora de comer. Y Persia entera se regocijó, y se maravilló de su
vuelta.
2. Y, al crepúsculo matutino del
día siguiente, los reyes y los jefes se reunieron alrededor de los magos, y les
dijeron: ¿Cómo os ha ido en vuestro viaje y en vuestro retorno? ¿Qué habéis
visto, qué habéis hecho, qué nuevas nos traéis? ¿Y a quién habéis rendido
homenaje? Y ellos les mostraron el pañal que les había dado María. A cuyo
propósito celebraron una fiesta, a uso de los magos, encendiendo un gran fuego,
y adorándolo. Y arrojaron a él el pañal, que se tomé en apariencia fuego. Pero,
cuando éste se hubo extinguido, sacaron de él el pañal, y vieron que se
conservaba intacto, blanco como la nieve y más sólido que antes, como si el
fuego no lo hubiera tocado. Y, tomándolo, lo miraron bien, lo besaron, y
dijeron: He aquí un gran prodigio, sin duda alguna. Este pañal es el vestido
del dios de los dioses, puesto que el fuego de los dioses no ha podido
consumirlo, ni deteriorarlo siquiera. Y lo guardaron preciosamente consigo, con
fe ardiente y con veneración profunda.
Cólera de Herodes. La huida a
Egipto
IX 1. Cuando Herodes vio que
había sido burlado por los magos, y que éstos no volvían, convocó a los
sacerdotes y a los sabios, y les pregunté: ¿Dónde nacerá el Mesías? Ellos le
respondieron: En Bethlehem de Judá. Y él se puso a pensar en el medio de matar
a Nuestro Señor Jesucristo.
2. Entonces el ángel de Dios
apareció en sueños a José, y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y
parte para la tierra de Egipto. Se levantó, pues, al canto del gallo, y se puso
en camino.
Llegada de la Sagrada Familia a
Egipto.
Caída de los ídolos
X 1. Y, mientras pensaba entre sí
cómo realizaría su viaje, sobrevino la aurora, y se encontró haber recorrido la
mitad del camino. Y, al despuntar el día, estaba próximo a una gran aldea,
donde, entre los demás ídolos y divinidades de los egipcios, había un ídolo en
el cual residía un espíritu rebelde, y los egipcios le hacían sacrificios, le
presentaban ofrendas, y le consagraban libaciones. Y había también un
sacerdote, que habitaba cerca del ídolo, para servirlo, y a quien el demonio
hablaba desde dentro de la estatua. Y, cada vez que los egipcios querían
interrogar a sus dioses por ministerio de aquel ídolo, se dirigían al
sacerdote., quien daba la respuesta, y transmitía el oráculo divino al pueblo
de Egipto y a sus diferentes provincias. Este sacerdote tenía un bijo de
treinta años, que estaba poseido por varios demonios, y que peroraba sobre todo
género de cosas. Cuando los demonios se apoderaban de él, rasgaba sus
vestiduras, se mostraba desnudo a todos, y acometía a la gente a pedradas. Y,
en la aldea, había un asilo, puesto bajo la advocación de dicho ídolo.
2. Y, cuando Santa María y José
llegaron a la aldea, y se acercaron al asilo, se apoderó de los habitantes del
país un terror extremo. Y se produjo un temblor en el asilo y una sacudida en
toda la tierra de Egipto, y todos los ídolos cayeron de sus pedestales, y se
rompieron. Todos los grandes de Egipto y todos los sacerdotes de los ídolos se
congregaron junto al sacerdote del ídolo en cuestidn, y le preguntaron: ¿Qué
significan este trastorno y este terremoto que se han producido en nuestro
país? Y el sacerdote les respondió, diciendo: Presente está aquí un dios
invisible y misterioso, que posee, oculto en él, un hijo semejante a sí mismo,
y el paso de este hijo ha estremecido nuestro suelo. A su llegada, la tierra ha
temblado ante su poder y ante el aparato terrible de su majestad gloriosa.
Temamos, pues, en extremo, la violencia de u ataque. En este momento, el ídolo
de la aldea se abatió también al suelo, hecho añicos, y su desplome hizo reunirse
a lodos los egipcios cerca del célebre sacerdote, el cual les dijo: Debemos
adoptar el culto de este dios invisible y misterioso. Él es el Dios verdadero,
y no hay otro a quien servir, porque es realmente el hijo del Altísimo.
Curación del hijo del sacerdote
idólatra
XI 1. Y el hijo del sacerdote fue
acometido de su accidente habitual. Y entró en el asilo en que Santa María y
José se encontraban, y a quienes todo el mundo había abandonado, huyendo. Y
nuestra Señora Santa María acababa de lavar los pañales de Nuestro Señor
Jesucristo, y los había puesto sobre la pared del muro. Y el joven poseído
sobrevino, y agarró uno de los pañales, y lo puso sobre su cabeza. Y, en el
mismo instante, los demonios, bajo forma de cuervos y de serpientes, comenzaron
a salir y a escapar de su boca. Y el poseído quedó curado por orden de Nuestro
Señor Jesucristo. Y empezó a alabar y a dar gracias a Dios, que le había
devuelto la salud.
2. Y, como su padre lo hubo
encontrado libre de su enfermedad, le pregunté: ¿Qué te ha ocurrido, hijo mío,
y cómo es que has sanado? Y él le contestó: Cuando el demonio se apoderé por
enésima vez de mi persona, fui al asilo. Y allí encontré a una noble mujer, con
un niño. Acababa ésta de lavar los pañales de su hijo, y de depositarlos en la pared
del muro. Tomé uno de ellos, lo puse sobre mi cabeza, y los demonios me
abandonaron, y huyeron despavoridos. Y su padre, transportado de júbilo, le
advirtió: Hijo mío, es posible que ese pequeñuelo sea el hijo del Dios vivo,
que ha creado los cielos y la tierra. Porque, en el momento en que ese hijo de
Dios se introdujo en Egipto, todas nuestras divinidades han sido desplomadas y
aniquiladas por la fuerza de su poder.
Temores de María y de José
XII 1. Y se cumplió la profecía
que decía: De Egipto llamé a mi hijo.
2. Y, como María y José supiesen
la caída y el aniquilamiento del ídolo, fueron presa de temor y de espanto, y
se dijeron: Cuando estábamos en tierra de Israel, Herodes proyectaba matar a
Jesús, y, por su causa, mató a todos los niños pequeños de Bethlehem y de sus
alrededores. No hay duda sino que los egipcios, al enterarse de por qué
accidente se rompió ese ídolo, nos entregarán a las llamas.
3. Y, en efecto, el rumor llegó
hasta el Faraón, el cual mandó buscar al niño, pero no lo encontró. Y ordenó
que todos los habitantes de su ciudad, cada uno de por sí, se pusiesen en
campaña para proceder a la búsqueda, hallazgo y captura del niño. Y, cuando
Nuestro Señor se acercó a la puerta de la ciudad, dos autómatas, que estaban
fijados a cada lado de la puerta, se pusieron a gritar: ¡He aquí el rey de los
reyes, el hijo del Dios invisible y misterioso! Y el Faraón procuró matarlo.
Pero Lázaro salió fiador por él, y María y José se escaparon, y partieron de
allí.
Liberación de viajeros capturados
por bandidos
XIII 1. Y, después que de allí
partieron, llegaron a un paraje, donde se hallaban unos bandidos, que habían
robado a una caravana de viajeros, los habían despojado de sus vestiduras, y
los habían atado. Y aquellos bandidos oyeron un tumulto inmenso, semejante al
causado por un rey poderoso, que saliese de su capital, acompañado de
caballeros, de soldados, de tambores y de clarines. Y los bandidos, acometidos
de miedo y de pavor, abandonaron todo aquello de que se habían apoderado.
2. Entonces los secuestrados se
levantaron, se desataron mutuamente las ligaduras, recobraron su caudal, y se
marcharon. Y, viendo aproximarse a María y a José, les dijeron: ¿Dónde está el
rey y señor, cuyo tren brillante y tumultuoso oyeron acercarse los bandidos, y
a consecuencia de lo cual nos abandonaron, y nos dejaron libres? Y José repuso:
El va a llegar sobre nuestros pasos.
Curación de una poseída
XIV 1. Y alcanzaron otra aldea,
donde había una pobre mujer poseída, la cual, habiendo salido de su casa por la
noche en busca de agua, vio al Maligno bajo la figura de un joven. Y puso la
mano sobre él, para agarrarlo, no pudo ni aun tocarlo. Y el rebelde maldito
había entrado en el cuerpo de la mujer, estableciéndose así, y manteniéndola en
el estado de naturaleza, como en el día de su nacimiento.
2. Y la poseída no podía soportar
sobre sí vestido alguno, ni residir en los lugares habitados. Cuantas veces se
la sujetaba con cadenas o con trabas, otras tantas las rompía, y se escapaba
desnuda al desierto. Y se colocaba en las encrucijadas de los caminos y en las
tumbas, y tiraba piedras sobre cuantos pasaban, causando mucho enojo a las
gentes de la localidad, las cuales deseaban su muerte, y su familia estaba
también muy afligida.
3. Cuando María y José entraron
en aquella aldea, vieron a la infeliz, sentada, desnuda y ocupada en reunir
piedras. Y María tuvo piedad de su estado, y, tomando uno de los pañales de
Jesús, lo echó sobre ella. Y, en el mismo instante, el demonio la abandonó
precipitadamente bajo la figura de un joven, maldiciendo y gritando: ¡Malhaya
yo, a causa tuya, María, y de tu hijo! Y aquella mujer quedó libre de su azote.
Vuelta en sí, confusa de su desnudez, y evitando las gentes, se cubrió con el
pañal de Jesús, corrió a su casa, se vistió, e hizo a los suyos un relato
detallado del hecho. Y los suyos, que eran los personajes más importantes de la
aldea, dieron hospitalidad a María y a José, con magnificencia generosa.
Curación de una joven muda
XV 1. Al día siguiente, María y
José se despidieron de sus huéspedes, bien provistos por éstos de vituallas
para el camino. Y, por la tarde de aquel día, al ponerse el sol, entraron en
otra aldea, donde se celebraban unas nupcias. Y vieron una multitud de gentes
reunidas, y, en medio de ellas, una desposada herida de mutismo por la astucia
del demonio y la acción de encantadores perversos. Paralizados sus oídos y su
lengua, la desposada no habla vuelto a recobrar el uso de la palabra.
2. Cuando María entró en la
aldea, llevando en sus brazos a su hijo, la joven muda, que la vio, tomó a
Jesús, lo besó, y lo apretó contra su pecho. Y un efluvio del cuerpo del niño
se exhaló sobre ella, cuyos oídos se abrieron, y cuya lengua se movió, para
agradecer a Dios, con alabanzas, la recuperación de su salud. Y aquella noche
hubo gran alegría entre los habitantes de la aldea, que creyeron que Dios y sus
ángeles hablan descendido hasta ellos.
Curación de otra poseída
XVI 1. Tres días permanecieron
alli María y José, rodeados de honores y suntuosamente tratados por los novios
y por las familias de éstos. Y se separaron de sus huéspedes, bien provistos
por ellos de cosas útiles para el viaje, y llegaron a otra aldea, donde
contaban pasar la noche, por hallarse poblada por numerosos y distinguidos
habitantes. En aquella aldea, vivía una mujer de fama muy honrosa. Un día,
había ido al río a lavar sus vestidos. Y, en tanto que hacía su colada, vio que
no comparecía nadie por los alrededores, se despojó de su traje, y empezó a
bañarse. Y el Maligno, bajo forma de serpiente, la asaltó, enlazó su cintura,
se enroscó alrededor de su vientre, y todos los días, a la caída de la noche,
se extendía sobre ella.
2. Cuando María se le acercó, al
ver el niño que ésta llevaba en sus brazos, corrió a su encuentro, y le dijo:
Oh, señora, dame a este niño, para que lo alce, y lo abrace. María se lo dio.
Y, tan pronto el niño estuvo en sus brazos, el demonio respiré los espíritus de
Jesús, y, bajo las miradas de todos, la serpiente huyó, y la poseía no la vio
más. Y todos los asistentes alabaron al Altísimo, y aquella mujer trató
espléndidamente a María y a José.
Curación de una leprosa
XVII 1. Cuando la mañana vino, la
mujer vertió agua perfumada, para bañar en ella al niño Jesús. Y, después de
haberlo lavado, conservé el agua del baño. Y había allí una joven, cuyo cuerpo
estaba blanco de lepra. Y, como hubiese sido testigo de la curación de aquella
mujer, quiso, con fe, tomar el agua que había servido para lavar a Jesús. Y,
vertiendo sobre su cuerpo un poco de aquel agua, quedó purificada de su lepra.
Y todos los habitantes de la aldea exclamaron: Indudablemente, María, José y el
niño son dioses, y no hombres.
2. Y, en el momento en que María
y José se disponían a abandonar la casa, la joven que había sido leprosa, se
arrodilló ante ellos, y les dijo: Os mego, padres y señores míos, que me
otorguéis ser vuestra hija y vuestra sierva, y acompañaros, porque no tengo
padre, ni madre.
Curación de un niño leproso
XVIII 1. Y ellos consintieron, y
la joven partió en su compañía. Y llegaron a una aldea, en cuyos contérminos
estaba enclavado un castillo perteneciente a un jefe ilustre, y que tenía un
pabellón exterior, destinado a recibir a los huéspedes. En él entraron María y
José, y la joven pasó a ver a la esposa del señor. Y, como la encontrase
lacrimosa y entristecida, le preguntó: ¿Por qué lloras? Y ella repuso: No te
extrañen mis lágrimas, porque sufro un gran dolor, que a nadie puedo revelar.
Mas la joven le dijo: Si me lo indicas, y me lo descubres, quizá le encuentre
yo un remedio.
2. La mujer del jefe le dijo:
Guarda bien este secreto, y no lo manifiestes a nadie. Estoy casada con este
jefe, cuyo poder se extiende sobre un vasto territorio. Con él he vivido mucho
tiempo, sin darle hijos, y, cuando, al fin, tuve uno, éste nació leproso. Y,
así que él lo vio, se negó a reconocerlo, y me dijo: O lo matas, o lo entregas
a una nodriza de un país lejano, para que nunca más sepa de él. Donde no, rompo
toda relación contigo, y en la vida volveré a verte. No sé qué partido tomar, y
mi disgusto es infinito. ¡Ah, hijo mío! ¡Ah, esposo mío! Mas la joven repuso:
He encontrado a tu mal un remedio, que voy a exponerte. Porque yo también soy
leprosa, y me vi purificada por Dios, que no es otro que Jesús, el hijo de
Maria. La mujer le dijo: ¿Dónde está ese Dios, de que acabas de hablarme? La
joven dijo: Está aquí, en tu casa. Ella dijo: ¿Cómo? ¿Aquí se encuentra? La
joven dijo: Aquí se hallan María y su esposo José, y ese niño que viaja con
ellos, es el que se llama Jesús, y el que me ha curado de mi mal y de mi
tormento. La otra le dijo: ¿Puedo saber cómo te ha curado de tu lepra? Ella le
dijo: Con mucho gusto te complaceré. La madre del niño me dio el agua que había
servido para bañarlo, agua que eché sobre mi cuerpo, y que purificó mi lepra.
3. Entonces la esposa del jefe se
levantó, y rogó a María y a José, con todo encarecimiento, que fuesen huéspedes
suyos. E invitó a José a un gran festín, al cual fueron convidados buen golpe
de hombres. Y, al día siguiente, a punto de amanecer, se levantó, y tomó agua
perfumada, para bañar en ella a Jesús. Y, tomando a su hijo, lo bañó en el agua
que acababa de emplear, e, instantáneamente, el niño quedó purificado de su
lepra. Y ella glorificó a Dios, diciéndole: ¡Dichosa tu madre, oh Jesús! ¿Cómo,
con el agua en que te has bañado, purificas de la lepra a los hombres, que son
de la misma raza que tú? E hizo a María presentes magníficos, y la despidió con
los mayores honores.
El joven esposo librado de un
sortilegio
XIX 1. De allí se dirigieron a
otra aldea, en la que quisieron pasar la noche. Y entraron en el hogar de un
recién casado, a quien un maleficio tenía alejado de su espcsa. Y, apenas se
hubieron albergado en la casa aquella noche, cesó el maleficio.
2. Y, llegada la mañana,
decidieron partir. Pero el recién casado los detuvo, y les ofreció un festín
espléndido.
El joven convertido en mulo
XX 1. Al día siguiente, se
pusieron en camino. Y, al acercarse a otra aldea, vieron a tres mujeres que
volvían a pie del cementerio, llorando. Y María dijo a la joven que los
acompañaba: Pregúntales qué les ha ocurrido, y qué mal aflige su alma. La joven
les transmitió la pregunta, y ellas, sin responderle, dijeron: ¿De dónde sois,
y adónde vais? Porque el día ha transcurrido, y la noche ha llegado. La joven
repuso: Somos viajeros, y buscamos un asilo donde pasar la noche. Y las mujeres
le dijeron: Venid con nosotras, y pasaréis la noche en nuestra casa.
2. Y, habiéndolas acompañado,
vieron que poseían una casa nueva, bien adornada y ricamente amueblada, en la
cual los introdujeron. Y era invierno, y entonces la joven entró también, y vio
a las mujeres gimiendo y llorando. Cerca de ellas había un mulo abierto de una
funda de brocado, y ante el que se había colocado sésamo. Y lo abrazaron, y le
dieron de comer. La joven les preguntó: Mis señoras, ¿qué hace aquí este mulo?.
Y ellas, deshechas en lágrimas, le respondieron: Este mulo que ves ha sido
nuestro hermano, hijo de nuestra madre, que está presente. Nuestro padre nos ha
dejado una gran fortuna. No teníamos más hermano que éste, y pensábamos
encontrarle una mujer, y casarlo según las leyes de la humanidad. Empero
algunas perversas mujeres dadas a la hechiceda, lanzaron sobre él un
sortilegio.
3. Y ello ocurrió una noche, poco
antes de amanecer, mientras dormíamos, y mientras las puertas de nuestro
corazón y de nuestra casa estaban cerradas. Cuando la mañana vino, miramos y
reconocimos que nuestro hermano no estaba cerca de nosotras. Se había metamorfoseado
en este mulo, que sabemos es él. Y, como no tenemos ya padre que nos consuele
en tan acerbo disgusto, nos hallamos en la aflicción de que eres testigo. No
hay sabio, mago o encantador, que no hayamos consultado. Pero esto de nada nos
ha servido. Y, cuantas veces el corazón nos oprime con más fuerza que otras,
vamos con nuestra madre a florar sobre la tumba de nuestro padre, y después
volvemos.
El mulo transformado en hombre
XXI 1. Al oír el relato de
aquellas mujeres, la joven les dijo: Consolaos, y no lloréis. El remedio a
vuestro mal está próximo, puesto que está bien cerca de vuestra misma casa.
Porque yo misma en persona he sido leprosa. Pero, habiendo visto a una mujer
llamada María con su pequeñuelo, llamado Jesús, un día que su madre acababa de bañarlo,
tomé agua de su baño, la derramé sobre mi cuerpo, y quedé curada. Sé, por
consiguiente, que posee el poder de remediar vuestro mal. Levantaos, pues, id
al encuentro de Nuestra Señora Santa María, traedla a vuestra casa, descubridle
vuestro secreto, y suplicadle que tenga piedad de vosotras.
2. Cuando las mujeres hubieron
escuchado el discurso de la joven, salieron presurosas al encuentro de Nuestra
Señora Santa María, la llevaron a su casa, y, arrodilladas en su presencia, le
dijeron, llorando: ¡Oh Nuestra Señora Santa María, compadécete de tus siervas!
No tenemos ningún pariente de edad, ni jefe de familia, ni padre, ni hermano,
que nos proteja. Este mulo que ves, es nuestro hermano, y no un animal.
Malvadas brujas lo han reducido con sus maleficios al estado en que hoy se
encuentra. Te rogamos que tengas compasión de nosotras. Y Nuestra Señora Santa
María, conmovida ante su desgracia, tomó a Jesús, y lo puso sobre el lomo del
mulo. Ella lloraba, y las mujeres también. Y María dijo: Jesús, hijo mío, haz
que la poderosa virtud oculta en ti obre sobre este mulo, y le devuelva la
naturaleza humana que tenía otrora.
3. Y, en el mismo instante, el
mulo cambió de forma, recobró su figura prístina, y se convirtió en el joven
exento de toda enfermedad, que antes era. Entonces él, su madre y sus hermanas,
se prosternaron ante María, pusieron el niño sobre sus cabezas, y lo abrazaron,
diciendo: ¡Dichosa tu madre, oh Jesús, salvador del mundo! ¡Bienaventurados los
ojos que han alcanzado el favor de mirarte!
Unión de dos jóvenes curados por
Jesús
XXII 1. Y las dos hermanas
dijeron a su madre: He aquí que nuestro hermano ha vuelto al estado normal, por
el socorro de Jesús, y gracias a esta joven que nos ha hecho conocer a María y
a su hijo. Ahora bien: nuestro hermano no está casado, y el mejor partido que
podemos tomar con él es unirlo a esta joven, que está al servicio de esta
familia. E interrogaron a María sobre el asunto, y ella accedió a su demanda. Y
celebráronse con magnificencia las bodas de la joven, y la alegría de las tres
mujeres ocupó el lugar de su anterior angustia. Y convirtieron sus
lamentaciones en cánticos de fiesta. Y dijeron, gozosas: Jesús, el hijo de
María, ha transformado el duelo en júbilo.
2. María y José permanecieron
allí diez días. Y después se alejaron, colmados de testimonios de respeto y de
veneración por aquellas personas, que los despidieron con pesar, y que, tras
los adioses, volvieron a su casa deshechas en lágrimas, sobre todo la joven.
Los dos bandidos
XXIII 1. Partidos de allí, llegaron
a una tierra desierta, y oyeron decir que no era segura, porque había en ella
bandidos. Sin embargo, María y José se decidieron a atravesar aquel país
durante la noche. Y, mientras marchaban, advirtieron que, al borde del camino,
comparecían dos bandidos, apostados y destacados por sus compañeros, que
dormían un poco más allá, para guardar el camino. Estos dos bandidos que
acababan de encontrar se llamaban Tito y Dumaco. Y el primero dijo al segundo:
Déjales el camino libre, para que pasen, y que nuestros compañeros no lo noten.
Dumaco no consintió en ello. Entonces Tito le dijo: Te daré mi parte de
cuarenta dracmas si me complaces. Y le presentó su cinturón como garantía, para
decidirlo a callarse.
2. Y, cuando María vio la noble
conducta de aquel bandido hacia ellos, le dijo: El Señor Dios te protegerá con
su diestra, y te concederá el perdón de tus pecados. Y Jesús tomó la palabra, y
dijo a María: ¡Oh madre mía, dentro de treinta años, los judíos me crucificarán
en la ciudad de Jerusalén, y, conmigo, crucificarán a estos dos bandidos, Tito
a mi derecha, y Dumaco a mi izquierda! Y, en el día aquel, Tito me precederá en
el paraíso. Y María repuso: ¡Esto os sea recompensado, hijo mío!
3. De allí se dirigieron a la
ciudad de los ídolos. Y, cuando se aproximaron a ella, la ciudad fue víctima de
un terremoto y convertida en colinas de arena.
La Sagrada Familia en Matarieh
XXIV 1. De allí se dirigieron al
sicómoro que se llama hoy día Matarieh.
2. Y, en Matarieh, el Señor Jesús
hizo brotar una fuente, en que Santa Maria le lavó su túnica. Y el sudor del
Señor Jesús, que ella escurrió en aquel lugar, hizo nacer allí bálsamo.
La Sagrada Familia en Misr
XXV 1. De allí pasaron a Misr. Y
vieron al Faraón, y habitaron en el país de Misr durante tres años.
2. Y el Señor Jesús realizó, en
el país de Misr, numerosos milagros, que no figuran en los Evangelios de la
infancia, ni en los Evangelios completos.
Regreso a Nazareth
XXVI 1. Al cabo de tres años,
volvieron a Misr. Y, cuando ganaron la tierra de Judea, José temía pasar
adelante, por haber sabido que Herodes había muerto, y que su hijo Arquelao lo
había sucedido como rey del país. Entonces el ángel del Señor le apareció, y le
dijo: José, vete a la villa de Nazareth, y permanece allí.
2. ¡Oh sorprendente milagro, que
haya sido llevado y paseado a través de los países, como quien no tiene morada,
ni albergue, el dueño de todos los países y el pacificador de los mundos y de
las criaturas!
Epidemia en Bethlehem. Curación
de un niño
XXVII 1. Y, cuando entraron en la
villa de Bethlehem, había allí numerosos casos de una enfermedad grave, que
atacaba a los niños en los ojos, y de la que morían.
2. Y una mujer, que tenía un hijo
enfermo y próximo ya a la muerte, lo llevó a Santa María, a quien vio ocupada
en bañar a Jesús, y a quien dijo: ¡Oh María, mi señora, mira cuán cruelmente
sufre este fruto de mis entrañas! ¿No tendrá el Señor misericordia de él?
3. Y, una vez hubo María retirada
a Jesús del agua en que lo había lavado, respondió a la mujer en estos
términos: Toma un poco de este agua en que acabo de bañar a mi hijo, y échala
sobre el tuyo. Y la mujer lo hizo así, y lavó con aquella agua a su hijo, que
cesó de agitarse, y lo envolvió en su vestidito, y lo adormeció. Y el niño se
despertó en plena y perfecta salud. Y aquella mujer glorificó a Dios y a Jesús,
y, llena de júbilo, llevó a su hijo a la Virgen, que le dijo: Da gracias al
Señor, que te ha curado este niño.
Curación de otro niño
XXVIII 1. Y había allí otra
mujer, vecina de aquella cuyo hijo había sido curado, y que tenía también un
hijo atacado de la misma enfermedad. Sus ojos habían dejado de ver, y, con vivo
dolor y sin interrupción alguna, gritaba de noche y día. Y la madre del niño
curado dijo a la otra: ¿Por qué no lo llevas a casa de María, como yo llevé al
mío, que estaba muy enfermo, y más cerca de la muerte que de la vida? En casa
de María, tomé agua de las abluciones de su hijo Jesús, lavé con ella al mío,
lo adormecí, y, después del sueño, despertó curado. Helo aquí: míralo.
2. La vecina que tal oyó, marchó
asimismo a casa de María, y con fe tomó el agua, lavó con ella a su hijo, y
pronto cesaron los vivos dolores que sentía, y se durmió, quedando como un
muerto, porque hacía muchísimos días que no dormía. Al despertar, se levantó
sano, y sus ojos habían recobrado la vista. La madre, henchida de gozo, alabó
al Señor, tomó a su hijo, y lo llevó a María, a quien descubrió todo lo que
acababa de suceder. Y María le dijo: Da gracias a Dios, por haberlo
restablecido, y no hables de este caso a nadie.
Curación de Cleopas. Rivalidad de
dos madres
XXIX 1. Y había también, en aquel
lugar, dos mujeres casadas con un mismo hombre. Cada una de ellas tenía un
hijo, y los dos niños sufrían mucho. Y una de aquellas dos mujeres se llamaba
María, y su hijo Cleopas. Y, tomando a su hijo, fue a casa de la madre de
Jesús, y le regaló un hermoso velo, diciéndole: ¡Oh María, mi Señora, recibe
este velo, y dame, en cambio, uno solo de los pañales de tu hijo. Y María lo
hizo, y la madre de Cleopas marchó, y, de aquel pañal, hizo una túnica, con la
que vistió a su hijo, el cual quedó inmediatamente libre de su mal. Y el hijo
de su rival, llamada Azrami, murió, lo que produjo enemistad entre ambas.
Porque Azrami cobré aversión y horror a María, viendo que el hijo de ésta
estaba vivo y sano, mientras que el suyo habla muerto.
2. Y las dos mujeres tenían la
costumbre de hacer el menaje de la casa alternativamente, cada una durante una
semana. Y, cuando le tocó el turno a María, se apresté a cocer el pan. Y
encendió el horno, y marchó a buscar la masa. Azrami, advirtiendo que nadie la
veía, corrió a buscar al niño, que estaba solo en aquel momento, y lo arrojó al
horno, y se alejé de allí. Y, cuando María volvió, hallé a su hijo, riendo en
medio del horno a que se le había echado, y al horno frío ya como la nieve,
cual si no se hubiese puesto en él fuego alguno. Entonces la madre del niño
comprendió que era su rival quien lo había lanzado a las llamas. Y, sacando a
Cleopas del horno, fue a casa de la Virgen, a quien conté el caso. Y la Virgen
le dijo: Tranquilízate, porque esto redundará en ventaja tuya, y no hables del
caso a nadie. El no callarlo no te servirá de nada, y aun temo por ti, si se
divulga.
3. Y ocurrió a poco que, yendo
Azrami al pozo a buscar agua, vio a Cleopas, que jugaba por allí cerca. Nadie
comparecía por los contornos. Y, tomando al niño, lo precipitó al pozo, y
regresó a su casa. Cuando otras gentes llegaron al pozo a hacer su provisión de
líquido, vieron al muchacho, que se recreaba, daba vagidos, y se reía, sentado
sobre el agua. Y bajaron al pozo, y lo sacaron de él. Y, poseídos de admiración
extremada por el pequeñuelo, glorificaron a Dios. Mas su madre, que sobrevino,
lo tomé, y lo llevó, llorando, a la Virgen, a quien dijo: Ve, madre mía, lo que
mi rival ha hecho con mi hijo, y cómo lo ha precipitado al pozo. Es inevitable
que acabe por hacerlo perecer. Pero la Virgen le contestó: Cálmate, porque muy
pronto Dios te librará de ella, te hará justicia, y te vengará. Y, en efecto,
como a los pocos días, Azrami, fuese a tomar agua del pozo, sus pies se
enredaron en la cuerda, y cayó al fondo. Y las gentes que llegaron a sacarla,
la encontraron con la cabeza triturada y los huesos rotos. Así murió de mala
muerte, y en ella se cumplió lo que habla escrito David: Han cavado un pozo, lo
han hecho profundo, y han caído en el hoyo que ellos mismos han abierto.
Curación de Tomás Dídimo (o de
Bartolomé)
XXX 1. Y había allí otra mujer,
que tenía dos hijos gemelos. Ambos a dos contrajeron una enfermedad. El uno
había muerto, y el otro agonizaba. Y la madre tomé al último florando, y lo
llevé a Nuestra Señora Santa María, a quien dijo: ¡Oh María, mi Señora, ven en
mi ayuda, y socórreme! Yo tenía dos hijos gemelos y, en la hora de ahora, he
enterrado al uno, y el otro está a punto de morir. Escucha la plegaria y la
súplica que voy a dirigir a Dios. Y, deshecha en lágrimas, tomó a su hijo en
sus brazos, y se puso a decir: ¡Oh Señor, tú que eres tierno para los hombres y
no implacable, bueno y no inflexible! ¡Oh Señor, amante de los hombres,
clemente, misericordioso y santo, haz justicia a tu sierva! Tú me has dado dos
hijos, y me has quitado uno. Déjame, al menos, el que me queda.
2. A la vista de aquel ardiente
llanto, Santa María tuvo piedad de ella, y le dijo: Deposita a tu hijo sobre el
lecho del mío, y cúbrelo con los vestidos de este último. Y ella lo deposité
sobre el lecho en que estaba el Cristo. El niño tenía ya los ojos cerrados,
como para abandonar la vida. Mas, cuando el olor de los efluvios que emanaban
de los vestidos del Cristo hubo llegado al pequeñuelo, éste aspiré un espíritu
de vida nueva, abrió los ojos y, dando un gran grito, exclamó: ¡Madre, dame el
pecho! Y ella se lo dio, y el niño lo chupó. Y su madre dijo a Nuestra Señora
Santa María: Yo sé ahora que la virtud de Dios reside en ti hasta punto tal,
que tu hijo tiene el poder de curar a sus semejantes por el simple contacto con
sus vestidos. Y el niño curado de aquel modo era el que el Evangelio llama
Tomás, apodado Dídimo por los demás apóstoles.
Curación de una leprosa
XXXI 1. Y había allí también una
mujer atacada de la lepra y de la sarna. Y fue a casa de María, y le dijo: ¡Oh
María, mi Señora, ven en mi ayuda! María le dijo: ¿Qué socorro necesitas?
¿Plata? ¿Oro? ¿O que tu cuerpo sea purificado de la lepra y de la sarna? La
mujer le dijo: ¿Y quién tiene el poder de darme esto? María le dijo: Ten la
paciencia de esperar a que mi hijo Jesús haya salido del baño.
2. Y la mujer esperó
pacientemente, como María le había dicho. Y, cuando Jesús fue sacado del baño,
en que se lo había lavado, María lo fajó, y lo colocó en su cuna. Y dijo a la
mujer: Toma un poco de este agua, y viértela sobre tu cuerpo. Y, habiéndolo
hecho, al instante quedé libre de su azote, y rindió a Dios alabanzas y acciones
de gracias.
Curación de otra leprosa
XXXII 1. Después de haber
permanecido tres días con María, la mujer regresó a su aldea, donde había un
señor, que tenía una hija casada con otro señor de otro país. Y, al poco tiempo
de las bodas, el marido notó en su esposa huellas de lepra semejantes a una
estrella. Y el matrimonio fue roto y declarado nulo, a causa de la señal
morbosa que apareciera en la cuitada. Y su madre empezó a llorar con amargura,
y la joven lloraba también. Cuando aquella mujer las vio en tal situación,
abrumadas de pena y vertiendo lágrimas les preguntó: ¿Cuál es la causa de
vuestro llanto? Y ellas respondieron: No nos interrogues sobre nuestra
situación. Nuestro disgusto es algo de que no podemos hablar a nadie, y que
debe quedar entre nosotras. La mujer repitió su pregunta con insistencia, y les
dijo: Descubrídmelo, que quizá os indicaré el remedio. Y ellas le mostraron las
huellas de lepra que se advertían en el cuerpo de la joven.
2. Habiendo oído y visto todo
esto, la mujer les dijo: Yo también era leprosa, y habiendo ido a Bethlehem
para un asunto, entré en casa de una mujer llamada María, que tiene un hijo
llamado Jesús, el cual es hijo de Dios. Y, como notase que era leprosa, se
compadeció de mi suerte, y me dio el agua que había servido para bañar a su
hijo, agua que vertí sobre mi cuerpo, quedando en seguida curada de mi mal. Y
ellas le dijeron: ¿Estás dispuesta a partir con nosotras, y ponernos en
relación con María? Ella repuso: De buen grado. Y las tres mujeres se
levantaron, y fueron a ver a María, llevando consigo ricos presentes.
3. Y, llegado que hubieron a
Bethelehem, ofrecieron sus presentes a María, y le mostraron la leprosa que las
acompañaba. Y María les dijo: ¡Descienda sobre vosotras la misericordia de
Jesucristo! Y dio a la hija del señor el agua de las abluciones de Jesús. Y la
joven se lavé con ella, y, tomando un espejo, se miró, y vio que estaba
completamente curada. Y las favorecidas y los demás asistentes al milagro
dieron gracias a Dios. Después, las dos mujeres volvieron gozosas a su país,
glorificando al Altísimo, por el beneficio que les concediera. Y, cuando el
marido supo que su esposa estaba completamente curada, la hizo volver a él,
celebró por segunda vez sus nupcias, y alabé al Señor por la merced recibida.
La joven obsesionada por el
demonio
XXXIII 1. Y había asimismo allí
una joven, de padres nobles, de cuyo ser el demonio se había posesionado. El
maldito le aparecía en todo momento, bajo la forma de un dragón enorme, y
marcaba la mueca de que iba a devorarla. Y chupaba toda su sangre, y ponía su
cuerpo como tostado, y la dejaba como muerta. Cuando él se le aproximaba, ella
juntaba sus manos sobre su cabeza, y gritaba, diciendo: ¡Malhaya yo! ¿Quién me
librará de este dragón perverso? Sus padres lloraban en su presencia misma.
Cuantos oían sus gritos dolorosos, se apiadaban de su desgracia. Numerosas
personas se agrupaban en torno suyo, lamentando su pena, sobre todo al oírla
decir, entre lágrimas: Padres, hermanos, amigos, ¿no hay nadie que pueda sacarme
de las garras de este enemigo verdugo?
2. Y, cuando la hija del señor,
la que había sido curada de la lepra, oyó la voz de aquella muchacha, subió a
la terraza de su castillo, y la vio con las manos juntas sobre la cabeza, y
llorando, y, a la multitud que la rodeaba, llorando también. Y la hija del
señor tomó la palabra, y preguntó a su marido: ¿Cuál es la historia de esa
joven? Y el marido le respondió, explicándole el caso de la infeliz. Y su
esposa le preguntó: ¿Tiene todavía padres? Él respondió: Ciertamente, tiene
todavía padre y madre. Y ella dijo: Por el Dios vivo te conjuro a que envíes a
buscar a su madre. Y él se la trajo. Cuando la hubo visto, la hija del señor la
interrogó diciendo: ¿Es tu hija esta joven obsesionada por el demonio? La pobre
le contestó con tristeza y llorando: Sí, señora, es mi hija. Y la otra le dijo:
¿Quieres que tu hija sane? La madre de la joven dijo: Lo quiero. Y la hija del
señor le dijo: Guárdame el secreto. Has de saber que yo también he sido
leprosa, y que logré mi curación por intermedio de una mujer llamada María,
madre de Jesús, que es el Cristo. Ve a Bethlehem, la aldea de David, el gran
rey, y entrevístate con María, y expónle tu caso. Ella curará a tu hija, y
estáte segura de que volverás de la visita llena de júbilo.
3. Y la madre de la joven se
despidió de la hija del señor, y fue a Bethlehem con la suya. Allí encontró a
María, y le hizo conocer el estado de la joven. Después de haberla oído, María
le dio el agua de las abluciones de Jesús, y le ordenó que lavase con ella el
cuerpo de su hija. Y también le dio uno de los pañales de Jesús, diciéndole:
Toma este pañal, y cada vez que tu hija vea a su enemigo, mostrádselo. Y las
despidió amistosamente.
Liberación de la poseída
XXXIV 1. Y las dos mujeres
regresaron a su aldea. Y llegó el instante en que la joven estaba sujeta a su
visión, y en que el demonio se disponía a acometerla. Y el maldito se presentó
a sus ojos bajo su figura habitual de dragón, y la joven sintió pavor, y dijo:
Madre, he aquí mi malvado enemigo, que va a asaltarme. Tengo mucho miedo. Su
madre le dijo: No temas sus arañazos, hija mía. Espera a que se acerque,
muéstrale el pañal que nos ha dado Santa María, y sabremos lo que ocurre.
2. Y la joven, viendo que su
enemigo se aproximaba bajo la forma de un dragón enorme y de aspecto horrible,
empezó a temblar con todos sus miembros. Y, cuando más cerca estaba de ella,
desplegó el pañal, y, habiéndolo puesto sobre su cabeza, vio salir de él llamas
ardientes y carbones abrasados, que se proyectaban sobre el dragón. ¡Oh
prodigio brillante el que entonces se produjo! En el momento mismo en que el
dragón dirigió su mirada al pañal de Jesús, salió de éste el fuego, que lo
hirió en la cabeza, en los ojos y en la faz, haciéndolo aullar y dar alaridos
terribles. Y, con voz estridente, gritó diciendo: ¿Qué quieres, Jesús, hijo de
María? ¿Cómo podré escapar de ti? Y tomó la fuga, desapareció, y no se lo vio
más. Y la joven recobró la paz de su espíritu, y pasó de la angustia al júbilo.
Y, a partir de aquel día, no volvió a visitarla la visión horrorosa.
El demonio expulsado de Judas
Iscariotes
XXXV 1. Cuando Jesús tenía tres
años de edad, había, en aquel país, una mujer, cuyo hijo, llamado Judas, estaba
poseído del demonio. Y, cada vez que éste lo asaltaba, Judas mordía a cuantos
se acercaban a él, y, si no encontraba a nadie a su alcance, se mordía las
manos y los demás miembros de su cuerpo. Cuando la madre de este desventurado
supo que Jesús había curado muchos enfermos, llevó su hijo a María. Pero, en
aquel momento, Jesús no estaba en casa, por haber salido, con sus hermanos, a
jugar con los otros niños.
2. Y, así que estuvieron en la
calle, se sentaron todos, y Jesús con ellos. Judas, el poseído, sobrevino, y se
sentó a la derecha de Nuestro Señor. Su obsesión lo invadió de nuevo, y quiso
morder a Jesús. No pudo, pero lo golpeó en el costado derecho. Jesús se puso a
llorar, y, en el mismo instante y ante los ojos de varios testigos, el demonio
que obsesionaba a Judas lo abandonó bajo la forma de un perro rabioso. Y aquel
muchacho que pegó a Jesús, y de quien salió el demonio, era el discípulo llamado
Judas Iscariotes, el que entregó a Nuestro Señor a los tormentos de los judíos.
Y el costado en que Judas lo golpeó fue el mismo que los judíos atravesaron con
una lanza.
Las figurillas de barro
XXXVI 1. Un día, cuando Jesús
había cumplido los siete años, jugaba con sus pequeños amigos, es decir, con
niños de su edad. Y se entretenían todos en el barro, haciendo con él
figurillas, que representaban pájaros, asnos, caballos, bueyes, y otros
animales. Y cada uno de ellos se mostraba orgulloso de su habilidad, y elogiaba
su obra, diciendo: Mi figurilla es mejor que la vuestra. Mas Jesús les dijo:
Mis figurillas marcharán, si yo se lo ordeno. Y sus pequeños camaradas le
dijeron: ¿Eres quizá el hijo del Creador?
2. Y Jesús mandó a sus figurillas
marchar, y en seguida se pusieron a dar saltos. Después, las llamó, y
volvieron. Y había hecho figurillas que representaban gorriones. Y les ordenó
volar, y volaron, y posarse, y se posaron en sus manos. Y les dio de comer, y
comieron, y de beber, y bebieron. Y, ante unos jumentos que hiciera, puso paja,
cebada y agua. Y ellos comieron y bebieron. Los niños fueron a contar a sus
padres todo lo que había hecho Jesús. Y sus padres les prohibieron para en
adelante jugar con el hijo de María, diciéndoles que era un mago, y que
convenía guardarse de él.
Jesús en casa del tintorero
XXXVII 1. Otro día en que Jesús
se paseaba y se divertía con varios niños de su edad, pasó por el taller de un
tintorero llamado Salem. Y este tintorero tenía, en su taller, muchos trajes
que pertenecían a las gentes de la población, y que se proponía teñir.
2. Y, habiendo entrado en el
taller del tintorero, tomó todos aquellos trajes, y los echó en una tina de
índigo. Cuando Salem el tintorero volvió, y vio todos aquellos trajes
deteriorados, se puso a gritar con voz estentórea, y, agarrando a Jesús, le
dijo: ¿Qué me has hecho, hijo de María? Me afrentarás ante todas las gentes de
la población. Cada uno desea un color a su gusto, y tú has venido a estropear
la obra. Y Jesús le dijo: Cambiaré a cada traje el color que quieras darle. Y,
acto seguido, Jesús se puso a sacar de la tina los trajes, cada uno, hasta el
último, con el color que deseaba el tintorero. Y los judíos, a la vista de
prodigio tamaño, glorificaron a Dios.
Jesús en el taller de José
XXXVIII 1. A veces, José llevaba
a Jesús consigo, y circulaba por toda la población. Porque ocurría que las
gentes, a causa de su arte, lo llamaban, para que les hiciera puertas, cubos
para ordeñar, asientos o cofres. Y Jesús lo acompañaba por doquiera iba.
2. Y, cada vez que se necesitaba
prolongar o recortar algún objeto, alargarlo o restringirlo, fuese en un codo o
en un palmo, Jesús extendía su mano hacia el objeto, y la cosa quedaba hecha
como deseaba José, sin que éste tuviese que poner la mano en ello. Porque José
no era hábil en el oficio de carpintero.
El trozo de madera alargado
XXXIX 1. En cierta ocasión, el
rey de Jerusalén llamó a José, y le dijo: José, quiero que me hagas un lecho
suntuoso, cuyas dimensiones sean exactamente iguales a las del salón en que
tengo mis asambleas. José repuso: ¡A tus órdenes! E, inmediatamente, se puso a
fabricar el lecho, y permaneció dos años en el palacio del rey, antes de
terminarlo. Mas, cuando quiso colocarlo en su sitio, se encontró con que una de
las piezas era dos palmos más corta, en todos los sentidos, que la pieza
simétrica. A la vista de esto, el rey montó en cólera contra él. Y José, en el
exceso de temor que el rey le inspiraba, pasó la noche en ayuno, sin tomar
ningun alimento.
2. Y Jesús le preguntó: ¿De qué
tienes miedo? José contestó: He aquí que he perdido todo el trabajo de dos
años. Jesús le dijo: No te empavorezcas, ni te espantes. Y, tomando uno de los
extremos de la pieza, añadió: Toma tú el otro extremo. Y Jesús suspendió la
pieza, y la hizo igual a la pieza gemela, diciendo a José: Haz ahora lo que te
plazca. Y José comprobó que el lecho se hallaba en buen estado y a medida del
local. Ante cuyo prodigio los asistentes quedaron llenos de estupor, y alabaron
a Dios.
3. Y la madera que sirvió para
hacer aquel lecho, era madera de esencias y de cualidades diferentes, como la
empleada en la construcción del templo, por el rey Salomón, hijo de David.
Los niños convertidos en machos
cabríos
XL 1. En otra ocasión, Jesús
había salido por las calles. Y, habiendo visto a algunos niños, que se habían
reunido para jugar, se dirigió a ellos. Pero los niños, al advertir que se les
acercaba, huyeron de él, y se ocultaron en un horno. Jesús los siguió, se
detuvo a la puerta de la casa, y, viendo a unas mujeres, les preguntó dónde
habían ido los niños. Y las mujeres respondieron: No hay aquí uno solo. Él les
dijo: Y los que están en el horno, ¿quiénes son? Las mujeres le dijeron: Son
machos cabríos de tres años. Y Jesús exclamó: Salgan afuera, cerca de su pastor,
los machos cabríos que en el horno están. Y del horno salieron cabritillos, que
saltaban y brincaban, jugueteando, alrededor de Jesús. Testigos de este
espectáculo, las mujeres, presa de admiración y de pavor, corrieron a
prosternarse en súplica ante Jesús, diciéndole: ¡Oh Señor Nuestro, Jesús, hijo
de María! Tú eres, en verdad, el buen pastor de Israel. Ten piedad de tus
siervas, que están en tu presencia, y que no dudan de ti. ¡Oh Señor nuestro, tú
has venido a curar, y no a hacer perecer!
2. Y Jesús les respondió: Los
hijos de Israel están colocados, entre los pueblos, en el mismo rango que los
negros. Porque los negros merodean por los flancos de los rebaños descarriados,
e importunan a los pastores, y lo mismo hace el pueblo de Israel. Y las mujeres
dijeron: Señor, tú sabes todas las cosas, y nada te está oculto. Pero los hijos
de Israel nunca más te huirán, ni se esconderán de ti, ni te importunarán.
Rogámoste, y esperamos de tu bondad, que tornes a esos niños, servidores tuyos,
a su condición primera. Y Jesús gritó: Corred aquí, niños, y vamos a jugar. Y,
en el mismo instante, los cabritillos recobraron su forma, y se convirtieron en
muchachos, ante los ojos de aquellas mujeres. Y, a partir de aquel día, no les
fue ya posible a los niños huir de Jesús. Y sus padres les advirtieron de ello,
diciéndoles: Cuidad de hacer todo lo que os diga el hijo de María.
Jesús en papel de rey
XLI 1. Cuando llegó el mes de
adar, Jesús congregó a los niños alrededor suyo, y les dijo: Démonos un rey. Y
los apostó sobre el camino grande. Y ellos extendieron sus vestidos en el
suelo, y Jesús se sentó encima. Y tejieron una corona de flores, y la pusieron
sobre su cabeza, a guisa de diadema. Y se colocaron junto a él, formados en dos
grupos, a derecha e izquierda, como chambelanes que se mantienen a ambos lados
del monarca.
2. Y a quienquiera pasaba por el
camino, los niños lo atraían a la fuerza, y le decían: Prostérnate ante el rey,
ve lo que desea, y después prosigue tu marcha.
Curación de Simón, mordido por
una serpiente.
Dos prodigios más
XLII 1. Mientras tanto, he aquí
que se aproximaron a aquel sitio varias personas, que transportaban a un niño
de quince años, llamado Simón. Este niño había ido con otros a la montaña para
recoger leña. Y, en la montaña, encontró un nido de gorriones, y extendió la
mano para coger los huevos. Y una serpiente venenosa, que se encontraba en el
nido, lo mordió. Y pidió socorro, y, cuando sus compañeros llegaron, lo vieron
yacente en tierra como un muerto. Y sus padres lo llevaban para conducirlo a
Jerusalén a que lo viese un médico.
2. Al pasar frente al grupo de
niños, en que Jesús se encontraba ejerciendo su papel de rey, con sus
compañeros en torno suyo, semejantes a servidores, éstos dijeron a los
portadores del niño: Venid a ver lo que el rey desea de vosotros, y saludadlo.
Pero ellos se negaron a ir, a causa del disgusto que experimentaban. Entonces
los niños los arrastraron violentamente y a pesar suyo.
3. Los padres de Simón lloraban,
porque el niño andaba muy mal de su mordedura, y tenía el brazo inflamado y
tumefacto. Cuando llegaron cerca de Jesús, éste les preguntó: ¿Por qué lloráis?
Y ellos respondieron: A causa de este nuestro hijo, que, habiendo ido a buscar
nidos de gorriones, fue mordido por una serpiente. Y Jesús dijo a todos: Venid
conmigo a matar la serpiente. Mas los padres del niño dijeron: Déjanos marchar,
porque nuestro hijo está a punto de morir. Los camaradas de Jesús replicaron:
¿Os negáis a obedecer, después de haber oído lo que el rey ha ordenado? Vamos a
matar la serpiente. Y, sin otro permiso, emprendieron la subida a la montaña.
4. Cuando llegó cerca del nido,
Jesús preguntó a los padres: ¿Es aquí donde se encuentra la serpiente? Y ellos
respondieron: Sí. Entonces Jesús llamó a la serpiente, que salió sin retardo, y
se humilló ante él, que le dijo: Ve a chupar el veneno que has inyectado a ese
niño. Y la serpiente se arrastró hasta éste, y le chupó todo su veneno. Y Jesús
la maldijo, y la serpiente reventó. Y puso su mano sobre el pequeño, que, aun
viéndose curado empezó a llorar. Mas Jesús le dijo: No llores, que con el
tiempo serás mi discípulo. Y este discípulo era el mismo de que habla el
Evangelio, y que los apóstoles llamaron Simón Zelote o Qananaia, a causa de
aquel nido de gorriones, en el cual una serpiente lo había mordido.
5. Poco después, llegó un hombre
de Jerusalén. Y los niños fueron a él, y lo detuvieron, diciéndole: Ven a
saludar a nuestro rey. Y, cuando el hombre obedeció, Jesús observó que llevaba
enroscada al cuello una serpiente, la cual, tan pronto lo sofocaba, como
aflojaba sus anillos. Jesús le preguntó: ¿Cuánto tiempo hace que esa serpiente
está en tu cuello? El hombre respondió: Hace tres años. Jesús añadió: ¿De dónde
cayó sobre ti? El hombre contestó: Yo le hice una buena acción, y ella me la
devolvió con otra mala. Jesús insistió: ¿De qué manera le hiciste bien, y ella
te lo pagó con mal? El hombre repuso: La encontré en invierno, aterida de frío.
La puse en mi pecho, y, llegado a mi casa, la metí en un cántaro de tierra,
cuya abertura cerré. Y, cuando abrí el cántaro, para sacarla de allí, se lanzó
a mi cuello, y en él se enroscó. Me atormenta, me estrangula, y no puedo
librarme de ella. Y Jesús dijo: Has obrado mal, sin saberlo. Dios ha creado a
la serpiente para vivir en el polvo de la tierra, y tener alternativamente frío
y calor. De ti dependía que hubiese seguido viviendo en el polvo de la tierra,
conforme a la voluntad divina. Pero la has agarrado, llevado contigo, y
encerrado en un cántaro, sin darle alimento. No has procedido bien al respecto
suyo. Y Jesús dijo a la serpiente: Baja de donde estás, y vete a vivir en el
suelo. Y la serpiente obedeció, y se desprendió del cuello del hombre, que
dijo: En verdad, tú eres rey, el rey de los reyes, y todos los encantadores y
todos los espíritus rebeldes reconocen tu imperio, y te obedecen.
6. Advino en seguida un joven
montado sobre un asno, y acompañado de un viejo, que, llorando, lo sostenía. Y,
Jesús lo vio, se apiadó de él, y le dijo: ¿Qué tienes, viejo, que así lloras?
¿Cuál es la causa de tus lágrimas? Y el viejo dijo: ¿Cómo no llorar y
atormentarme? Este hijo mío era quien a mí y a su madre, también anciana, nos
sustentaba y nos servía. Pero unos ladrones lo han asaltado, desvalijado,
golpeado, herido, y después se han marchado, dejándolo por muerto. Y Jesús
sintió compasión por el viejo, y puso su mano derecha sobre el joven, que
inmediatamente quedó curado de sus heridas, se apeó del asno, se puso en marcha
por su propio pie, y regresó a su hogar con su progenitor.
Jacobo mordido por una víbora
XLIII 1. Otra vez, José mandó a
su hijo Jacobo a buscar leña al bosque, y Jesús partió en su compañía. Cuando
llegaron al sitio en que la leña se encontraba, Jacobo se puso a recogerla. Y
he aquí que una mala víbora lo mordió en la mano, y el niño empezó a gritar y a
llorar.
2. Y Jesús, viéndolo en aquel
estado, se acercó a él, y sopló sobre la moderdura, que quedó cicatrizada. Y la
víbora se desecó, y Jacobo se encontró sano y salvo.
Resurrección de Zenón, caído de
una azotea
XLIV 1. Algunos días más tarde,
Jesús jugaba con otros niños en la azotea de una casa. Uno de ellos cayó al
suelo, y murió instantáneamente. Y los niños se dijeron los unos a los otros:
¡Ea! Digamos que quien lo ha tirado es Jesús, el hijo de María. Y huyeron
todos, y Jesús quedó solo en la azotea. Cuando los padres del niño llegaron,
dijeron a Jesús: Tú eres quien ha tirado a nuestro hijo desde lo alto de la
azotea. Y él les respondió: No soy yo quien lo ha tirado. Mas ellos se pusieron
a gritar, diciendo: Nuestro hijo ha muerto, y tú eres su matador.
2. Y Jesús, María y José fueron
detenidos por la muerte de aquel niño, y se los condujo a la presencia del
gobernador. Y ante éste depusieron los niños contra Jesús, como si hubiera sido
él quien tirara al niño de la azotea. Y el gobernador dijo: Ojo por ojo, diente
por diente, vida por vida. Cuando le tocó declarar a Jesús, respondió al juez
en estos términos: No se me impute tan mala acción. Y, si no me crees, ¿bastará
con que interroguemos al niño, para que manifieste la verdad? Si yo resucito a
ese niño, y si él dice que no he sido yo quien lo ha tirado, ¿qué harás con los
que han dado falso testimonio contra mí? El juez respondió, y dijo a Jesús: Si
haces eso, tú serás absuelto, y los otros serán condenados. Entonces Jesús,
acompañado del juez y de gran multitud, fue hasta donde estaba el niño muerto,
y, colocándose cerca de su cabeza, gritó en alta voz: Zenón, Zenón, ¿quién te
ha tirado de la azotea? ¿He sido yo? Y el muerto respondió, diciendo: ¡Perdón,
Señor Jesús! Tú no me has tirado, y ni siquiera estabas allí, cuando me tiraron
mis compañeros. Estos niños que han depuesto mentirosamente contra ti son los
que me tiraron, y yo he caído. Entonces Jesús se aproximó a Zenón, lo tomó por
la cabeza, lo irguió sobre sus pies, y dijo a los asistentes: ¿Habéis oído y
visto? Y los adversarios de Jesús quedaron cubiertos de oprobio, y los
espectadores, sorprendidos, se admiraron de prodigio tamaño, y alabaron a Dios,
diciendo: Verdaderamente, Dios está con este niño. ¿Qué llegará a ser con el
tiempo? Y Jesús se acercaba a la edad de doce años cuando hizo aquel milagro.
El agua recogida en una túnica
XLV 1. Y María dijo, una vez, a
Jesús: Hijo mío, ve a buscarme agua al pozo. Mas, a causa del gran gentío que
alrededor del pozo se comprimía, el cántaro, lleno de agua, como estaba, cayó y
se rompió.
2. Y Jesús, desplegando la túnica
que lo cubría, recogió el agua en ella, y la llevó a su madre. Y María quedó
admirada en extremo. Y todo lo que veía, lo guardaba y lo encerraba en su
corazón.
El hijo de Hanan castigado con
parálisis
XLVI 1. Otra vez, Jesús se
encontraba cerca de un canal de irrigación, y con él se encontraban otros
niños. Y se entretenían en hacer pequeños depósitos de agua. Y Jesús, con
barro, había formado doce pajaritos, y los colocó en los bordes de su depósito,
tres a cada lado. Y era sábado aquel día.
2. Sobrevino el hijo de Hanan el
judío, y, viéndolos así ocupados, les dijo con cólera y acritud: ¡En día de
sábado amasáis barro! Y, lanzándose contra ellos, destruyó sus depósitos.
Cuanto a Jesús, batió sus manos, se volvió hacia los pájaros que había hecho, y
éstos volaron, chillando.
3. El hijo de Hanan se dispuso
también a romper el depósito de Jesús, y el agua se desecó. Y Jesús le dijo:
¡Deséquese tu vida, como se ha desecado este agua! Y, en el mismo momento, el
niño fue atacado de parálisis.
Jesús empujado por un niño
XLVII 1. Un día, Jesús camfnaba
con José. Y encontró a un muchacho que corría, y que, tropezando con él, lo
hizo caer.
2. Y Jesús le dijo: Como me has
hecho caer, así caerás tú, para no levantarte más. Y, en el mismo momento, el
muchacho cayó, y murió.
Jesús en la escuela de Zaqueo
XLVIII 1. Había en Jerusalén un
maestro de niños llamado Zaqueo, el cual dijo a José: Tráeme a Jesús, para que
se instruya en mi escuela. Y José le dijo: De buen grado. Y fue a hablar a
María, y ambos tomaron consigo a Jesús, y lo llevaron al maestro. Habiéndolo
éste visto, le escribió el alfabeto, y le ordenó: Di Alaph. Y Jesús dijo:
Alaph. El maestro continuó: Di Beth. Y Jesús repuso: Explícame primero el
término Alaph, y entonces diré Beth. El maestro dijo: No sé esa explicación. Y
Jesús le dijo: Los que no saben explicar Alaph y Beth, ¿cómo enseñan?
Hipócritas, enseñad, ante todo, lo que es Alaph, y os creeré sobre Beth. Y, al
oír esto, el maestro quiso pegarle.
2. Mas Jesús, le dijo: Alaph está
hecha de un modo, y Beth de otro, y lo mismo ocurre con Gamal, Dalad, etcétera,
hasta Thau. Porque, entre las letras, unas son rectas, otras desviadas, otras
redondas, otras marcadas con puntos, otras desprovistas de ellos. Y hay que saber
por qué cierta letra no precede a las otras; por qué la primera letra tiene
ángulos; por qué sus lados son adherentes, puntiagudos, recogidos, extensos,
complicados, sencillos, cuadrados, inclinados, dobles o reunidos en grupo
ternario; por qué los vértices quedan desviados u ocultos. En suma: se puso a
explicar cosas que el maestro no había jamás oído, ni leído en ningún libro.
3. Y el maestro se sorprendió, y
se espantó de las palabras del niño, de la nomenclatura que detallaba, y de la
fuerza inmensa que se encerraba en las cuestiones que proponía. Y dijo: En
verdad, esta criatura es capaz de quemar el fuego mismo. Yo creo que ha nacido
antes del tiempo de Noé. Y, volviéndose hacia José, le dijo: Me has traído un
niño para que lo instruya en calidad de discípulo, y se me ha revelado como
maestro de maestros.
4. Y José exclamó: ¿Quién será
capaz de educar a un niño como éste? Jesús repuso: Las palabras que acabas de
pronunciar, significan que no soy de los vuestros. Estoy con vosotros y en
medio de vosotros, y no poseo ninguna distinción humana. Vosotros estáis bajo
la ley, y quedaréis bajo la ley. Yo existía antes que vuestros padres hubiesen
nacido. Tú, José, te crees mi padre, porque no sabes de quién nací, ni de dónde
vengo. Sólo yo sé verdaderamente cuándo has nacido, y cuánto tiempo
permanecerás en este mundo. Y, al oír esto, todos quedaron llenos de sorpresa y
de estupor.
El profesor castigado de muerte
XLIX 1. Después, otro maestro,
más hábil que el primero, dijo a José: Confíame a Jesús, y yo lo instruiré. Y
el maestro se puso a instruirlo, y le ordenó: Di Alaph. Y Jesús dijo Alaph. El
maestro continuó: Di Beth. Y Jesús repuso: Dame antes la significación de
Alaph, y después diré Beth. El maestro, colérico e irritado, levantó la mano, y
le pegó. Y, en el mismo instante, su mano se secó, y cayó por tierra muerto.
2. Y el niño marchó fuera, y se
mezcló entre el gentío. Y José llamó a María, su madre, y le advirtió: No dejes
a Jesús salir de casa, porque todo el que le pega, muere.
Jesús en medio de los doctores
L 1. Cuando Jesús cumplió los
doce años, sus padres subieron con él a Jerusalón, para la fiesta. Y, ésta
terminada, regresaron a su hogar. Mas Jesús se separó de ellos, y quedó en el
templo, entre los pontífices, los ancianos del pueblo y los doctores de Israel,
preguntándoles y respondiéndoles sobre puntos de doctrina. Y todos se admiraban
de las palabras, inspiradas por la gracia, que salían de su boca.
2. Jesús interrogó a los
doctores: ¿De quién es hijo el Mesías? Y ellos respondieron: De David. Mas él
replicó: Entonces, ¿por qué David, bajo la inspiración de Dios, lo llama su
Señor, cuando escribe: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, para
que humille a mis enemigos bajo el escabel de tus pies?
3. Y el más viejo de los doctores
repuso: ¿Has leído los libros santos? Y Jesús dijo: Los libros, el contenido de
los libros y la explicación de los libros, de la Thora, de los mandamientos, de
las leyes y de los misterios, contenidos en las obras de los profetas, cosas
inaccesibles a la razón de una criatura. Y el doctor dijo a sus compañeros: Por
mi fe, que hasta el presente no he alcanzado, y ni aun por oídas conozco, un
saber semejante. ¿Qué pensáis que llegará a ser este niño, por cuya boca parece
que habla Dios?
Ciencia de Jesús
LI 1. Y había también allí un
sabio hábil en astronomía. Y preguntó a Jesús: ¿Posees nociones de astronomía,
.hijo mío?
2. Y Jesús le respondió,
puntualizándole el número de las esferas y de los cuerpos celestes, con sus
naturalezas, sus virtudes, sus oposiciones, sus combinaciones por tres, cuatro
y seis, sus ascensiones y sus regresiones, sus posiciones en minutos y en
segundos, y otras cosas que rebasan los límites de la razón de una criatura.
Jesús y el filósofo
LII 1. Y se encontraba asimismo
entre los doctores un filósofo versado en la medicina natural. Y preguntó a
Jesús: ¿Posees nociones de medicina natural, hijo mío?
2. Y Jesús respondió con una
disertación sobre la física, la metafísica, la hiperfísica y la hipofísica,
sobre las fuerzas de los cuerpos y de los temperamentos, y sobre sus energías y
sus influencias en los nervios, los huesos, las venas, las arterias y los
tendones, y sobre sus efectos, y sobre las operaciones del alma en el cuerpo,
sobre sus percepciones y sus potencias, sobre la facultad lógica, sobre los
actos del apetito irascible y los del apetito concupiscible, sobre la
composición y la disolución, y sobre otras cosas que sobrepujan la razón de una
criatura.
3. El filósofo, levantándose, se
prosterné ante Jesús, le dijo: Señor, en adelante, soy tu discípulo y tu
servidor.
Jesús hallado en el templo
LIII 1. Y, mientras se cambiaban
estas conversaciones y otras semejantes, sobrevino María, que, durante tres
días, erraba con José en busca de Jesús. Y lo encontró sentado entre los
doctores, preguntándoles y respondiéndoles. Y le dijo: Hijo mío, ¿por qué nos
has tratado de esta suerte? He aquí que tu padre y yo te buscamos con extrema
fatiga. Y Él repuso: ¿Por qué me buscáis? ¿No sabéis que debo estar en la casa
de mi Padre? Ellos no comprendieron la palabra que les había dicho. Y los
doctores interrumpieron: ¿Es éste tu hijo, María? Ella contestó: Sí. Y ellos
dijeron: ¡Bienaventurada eres, oh María, por tal maternidad!
2. Y Jesús volvió con sus padres
a Nazareth, y los obedecía en todas las cosas. Su madre conservaba en su
corazón todas aquellas palabras. Y Jesús crecía en edad, en sabiduría y en
gracia ante Dios y los hombres.
Bautismo de Jesús
LIV 1. A partir de aquel día,
comenzó a ocultar sus prodigios, sus misterios y sus parábolas.
2. Y se conformó con las
prescripciones de la Thora, hasta que cumplió los treinta años, en que el Padre
lo manifestó en el Jordán, por la voz que exclamaba desde el cielo: He aquí mi
hijo amado, en el cual me complazco, mientras que el Espíritu santo daba
testimonio de él, bajo la forma de una paloma blanca.
Doxología
LV 1. Él es aquel a quien oramos
y adoramos, él quien se ha encarnado por nosotros, y nos ha salvado, Él quien
nos ha dado el ser, el nacimiento y la vida. Su misericordia no cesa, y su
clemencia se extiende sobre nosotros, por su liberalidad, su beneficencia, su
generosidad y su largueza.
2. A Él la gloria, la
benevolencia, la fuerza, la dominación, ahora, en todo tiempo, en toda edad, en
toda época, hasta la eternidad de las eternidades y por los siglos de los
siglos.
Amén